miércoles, 13 de diciembre de 2017

El amor es ingenioso




En el hospital de Santiago, una abuela  consumía lentamente las  últimas horas de su vida. Ya no hablaba, ni abría los ojos. Según las enfermeras probablemente seguía oyendo. No en vano se dice que el  oído es lo último que se pierde, aunque supongo que los sordos de siempre,  seguirán igualmente sordos a esa hora y no oirán nada.

Pues bien, esta señora tenía una hija en centro Europa.  A esta hija le dieron a conocer la situación de  la enferma y rápidamente cogió un avión y se presentó enseguida en el hospital.

Cuando las  enfermeras le comentaron la situación, le animaron a que le hablase, pero a esta hija se le ocurrió cantarle. ¿Qué le cantó? Hay una canción gallega que tiene letra  y música muy bella, que es esta
Miña nai, miña naiciña
Como   miña nai,  ningunha
Que me quentou a cariña
                                                        Con o calorciño da sua.

Se la cantó al oído, abrió los ojos, la miró como agradeciéndolo y luego los cerró. Poco después moría en paz.
Fue un mensaje de cercanía y de amor que sin duda la sirvió para afrontar sus últimos instantes con valor.
Dios también se hace presente en esos momentos a través de la Unción de enfermos y con la presencia de un cristiano que conforta y acompaña, o de un sacerdote que le va diciendo jaculatorias.


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